Perfil

Soy un chico de una ciudad pequeña, Ávila, que gracias a la ciencia ha podido conocer muchos lugares y personas. Me encanta la historia (sobre todo la de la ciencia) y las típicas chorradas curiosas que aparecen en las secciones «sabías qué» de los libros y revistas. También me gustan mucho los museos (en mi opinión los más cutres son los mejores) y siempre que tengo un poco de tiempo libre intento visitarlos. Mis aficiones son el montañismo (a nivel ultraamateur) y hacer puzzles (a nivel ultraprofesional), aunque este último hobby es continuamente saboteado por mi gato, Croquet.

Mi trabajo consiste en utilizar láseres muy potentes (si pasas el dedo por la luz sin querer es como si te picara una avispa) para estudiar las vibraciones de moléculas simples como el agua o complicadas como el ADN. ¿Por qué? Básicamente porque las moléculas se encuentran vibrando de forma natural y caótica a las temperaturas habituales en las que trabajamos los que trabajamos (es decir, entre el fresquillo de un congelador y el calor de un horno). Estas vibraciones les dan mucha vida a las moléculas y las permiten unirse o separarse entre sí, mezclarse con otras moléculas, liberar los excesos de energía que alguien les proporcione o, en moléculas inmensas, como el ADN o las proteínas de la superficie de un virus, realizar las funciones para las que están diseñadas. Con mi láser, como la luz es una de las mejores formas de dar movimiento a una molécula, lo que hago es estirar las moléculas como el muelle de unos dibujos animados y, de repente, apago la luz (libero el muelle), haciendo que vibren de forma controlada. Mientras tanto, yo lo observo todo tomándome un té y realizando gestos de afirmación con mi cabeza.

La verdad es que siempre se me pegan las sábanas, así que nunca suelo llegar al laboratorio de los primeros. Siempre lo primero que hago es poner en marcha todos los instrumentos (la mayoría, como las bombillas de las farolas, requieren un tiempo para funcionar correctamente) y preparar las muestras que voy a medir ese día. Cuando está todo listo, empiezo el primer experimento. Para que las medidas sean buenas tengo que repetirlas cientos de veces (y del promedio saco mis conclusiones), así que veo qué tal van las primeras y durante el resto del experimento me puedo ir a hacer otras cosas. La primera que hago todos los días es escribir, ya sea un artículo científico, una desesperada petición de dinero para realizar más experimentos o un email elaborado. Luego suelo analizar los datos de experimentos anteriores o diseñar nuevos experimentos (comprar las muestras o rogar a alguien que te las fabrique). A la hora de comer (al menos antes de la pandemia) solemos juntarnos los miembros del grupo para tomarnos nuestros sandwiches (vivo en el Reino Unido) y charlar un 90% de cosas aleatorias un 10% de nuestros problemas científicos. Por la tarde ya tengo el cerebro un poco frito así que suelo hacer tareas manuales como soldar, limpiar, taladrar, filmar, imprimir, rellenar etc etc. Después me piro del laboratorio y hago cualquier cosa ociosa o hago algún recado. Y luego, cuando llego a casa, saco un ratete para estudiar alguna cosa o leer algún artículo científico que me interesa. ¡Esta es mi rutina!

¿Conoces la expresión «A hombros de gigantes»? Desde hace dos años estoy escribiendo un libro sobre todos los hallazgos científicos que permitieron a Einstein desarrollar sus teorías. Y cuando digo «todos» me refiero a todos, desde las primeras observaciones astronómicas en mesopotamia hasta los descubrimientos que dieron pie a la física cuántica. El libro había sido encargado por una editorial que ha tenido problemas económicos y ahora necesito financiación para completar la investigación que me permita terminar el libro.